Cuando cumplí 16 años (julio de 1981) y dado que mis resultados escolares habían sido buenos, mi padre me regaló mi primera guitarra eléctrica: una imitación coreana de la mítica Gibson Les Paul de marca Arirang y estilo sunburst. La verdad es que fue el mejor regalo que me podía hacer…
Yo hasta entonces sólo había oído una guitarra eléctrica en discos, en películas, en la televisión y en alguna actuación de grupos en fiestas de pueblo. Verlas de cerca era más fácil, recuerdo pasarme horas recorriendo tiendas de instrumentos para disfrutar de su visión. Incluso alguna vez me acompañaba algún amigo que al cabo del rato, aburrido, me instaba a acabar con aquel “rollo”.
Pero aquella vez me acompañaba mi padre y era para “comprarme mi primera guitarra eléctrica”. Entramos en unos grandes almacenes del centro de Madrid y empecé a admirar los modelos que colgaban de la pared, sabiendo que una de esas maravillas iba a ser mía. La mayoría no eran precisamente la mejor opción para un principiante, así que no sabía cuál escoger, y como no me decidía, fue mi padre el que habló con el dependiente de turno para pedirle consejo, mientras yo seguía embelesado con lo que colgaba de las paredes. Mi padre llamó mi atención y puso en mis manos la guitarra. Él la había elegido para mí. No sabía qué decir, hasta que caí en que para que sonara hacía falta un amplificador y así se lo dije a mi padre, que ya lo sabía, puesto que el dependiente le había asesorado bien.
– Esto no estaba previsto, me dijo mi padre sonriendo.
– Ya lo sé papá, pero es que una guitarra eléctrica no suena si no se “enchufa” a un amplificador.
– Mira detrás de ti. Es tuyo.
Me giré con la guitarra en la mano y allí estaba también un pequeño amplificador de 25W. Abracé a mi padre y sin más, salimos con la guitarra y el amplificador de la tienda, camino del aparcamiento, con el deseo de llegar a casa para oír cómo sonaba en mis manos. Recuerdo que no fui capaz de decir una palabra mientras íbamos de camino. Al entrar en casa besé a mi madre que sonreía con complicidad, llamé a mi hermano pequeño y fuimos juntos directamente a mi cuarto a “enchufar” por fin mi sueño. ¡Qué placer oír al fin aquel sonido salir de mis dedos!…
Ha pasado mucho tiempo desde que tuve en mis manos aquella guitarra por primera vez. Después he ido adquiriendo otras más, hasta convertirme en coleccionista de estas maravillas eléctricas que podéis ver en mis otras páginas, aunque siempre conservé la original.
En 1994, cuando la guitarra no daba más de sí y después de haber adquirido en el año ’90 una auténtica Gibson Les Paul, intenté transformarla para ver si podía sacar algo más de ella. No pude mejorar su sonido, pero desde un punto de vista estético, no me quedó tan mal, como podéis apreciar en las fotos.
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Finalmente, en 2009 encontré en el mercado de segunda mano una guitarra exactamente igual a la que mi padre me había regalado, y aunque le faltaban algunas piezas, conseguí en dos años reconstruirla para dejarla, treinta años después, exactamente igual que aquel regalo que había recibido en 1981. He aquí el resultado: